Geopolíticamente,
Occidente necesita, en grado sumo e imperioso, redefinir sus límites,
estableciendo con ello, nuevas pautas de convivencia que dignifiquen la razón y
el sentido mismo de la humanidad. Encontrar la distancia exacta para no fenecer
por el frío extremo, impulsado por la crudeza de la supervivencia en solitario,
antes que ser pinchado por la proximidad de la espinas del otro, era el dilema
que debían resolver los erizos, tal como magistralmente lo anatematizo Arthur Schopenhauer. Sería un reduccionismo
absurdo el volver a sentenciar que los límites geográficos son imaginarios,
pues ya han pasado de la realidad a la híper-realidad. Sí queremos concebir a
la política mundial, subdivida en lo que los geógrafos llaman continentes,
estaremos haciendo geografía, no política, mucho menos, filosofía política con
un sentido geopolítico.
Tanto
África como Asia, o Eurasia ya están en Europa. Europa huye de sí misma, y un
poco hacia América o Latinoamérica, que en verdad son lo mismo.
Sí
de algo pueden servir las llamadas crisis migratorias, las extensiones de los
estados de excepción como son los campamentos de refugiados o hasta incluso el
dolor de las víctimas, reales como potenciales, de la irracionalidad terrorista,
es que nos debemos como humanidad, el volver o tal encontrar de una vez, al
menos falsa o eidéticamente, un frontispicio (término escogido por su
vinculación con el concepto de frontera, como límite de lo limitante) en donde
lo otro, no tenga que ser necesariamente un objeto a conquistar, a convencer a
someter, ni tampoco, en el afán de no hacerlo, convertirnos en objeto de eso
otro. Ni infierno, ni cielo. Las democracias occidentales nuevamente encuentran
en la vieja Constantinopla su límite que puede ser el principio del fin de un
nuevo comenzar.
“Es increíble como un pueblo, en cuanto está
sometido, cae tan repentinamente en un profundo olvido de la libertad, tanto
que no puede despertarse para recuperarla, sometiéndose tan fácil y
voluntariamente, que se diría al verlo que no ha perdido su libertad, sino
ganado su servidumbre. Es verdad que al comienzo se somete obligado y vencido
por la fuerza; pero los que vienen después sirven sin disgusto y hacen
voluntariamente lo que los anteriores habían hecho obligados. Por esto, los hombres
bajo el yugo, alimentados y educados en la servidumbre, se contentan con vivir como han nacido sin
cuidarse de nada; y ni piensan en tener otro bien ni otro derecho que el que le
fue dado, y toman por natural el estado de su nacimiento. (“Discurso de la
Servidumbre voluntaria”. Étienne de la Boétie. Pp 38-39. Editorial Colihue).
La
única herramienta válida, tanto legal como legítima para que exista la
representación, es la manifestación de la voluntad del voto soberano, en el
marco de elecciones libres que de tal forma constituyen la democracia expresada
en su sentido lato.
Sí
hablamos de legitimidad, no sólo debemos hacerlo, diferenciándola, de la
legalidad, sino estableciendo una meridiana diferencia entre la legitimidad
parcial versus la legitimidad absoluta, la primera que es la válida y la única
razonablemente cierta que puede otorgar el ciudadano a sus mandantes y la
segunda, la que cree tener el representado cuando absorbe la cesión de la
ciudadanía, para luego cometer los latrocinios por todos conocidos, que
supuestamente, controla o controlaría, estos excesos, otro poder de un estado
constituido que sería el poder judicial, cuyos miembros no son elegidos,
paradigmáticamente por el voto de la gente. Esta razón de la legitimidad
parcial, podría encontrarse observada explícitamente, en que el ciudadano al
delegar su representatividad, lo haga no sólo por el término de una elección a
otra, sino también bajo ejes conceptuales, que vayan más allá de lo temporal.
Un ejemplo concreto sería que los representantes, no puedan, es decir tengan su
legitimidad parcial o vetada, para introducir reformas constitucionales o
electorales. Los mismos que conducen el juego, no deberían, asimismo estar
posibilitados para cambiar esas reglas a su antojo o discrecionalidad.
La
democracia sí ha caído producto de los desmanejos de cierta clase política en
un juego maquinal, como lo puede ser una tragamonedas o cualquiera que estipule
el azar como factor determinante, debe re-escribirse, re-interpretarse, de lo
contrario, sostener que lo político, mediante lo democrático es un juego
adictivo de cierta clase dirigente para con las mayorías no tiene razón de ser,
pues así como alguien sostuvo que dios no pudo haber jugado a los dados con
nosotros, no podemos seguir siendo siervos, de quiénes, muy probablemente,
hasta no puedan estar libre de afecciones que les nublen en buen entendimiento.
Partimos
desde la triste y penosa convicción que la democracia está en serio riesgo, que
la misma, de un tiempo a esta parte, viene siendo horadada, por quienes dicen
ser sus defensores y propulsores y son precisamente los únicos beneficiados,
materiales, de un sistema que cada vez resulta menos contenedor e inclusivo
para las masas olvidadas, apartadas y segregadas. Masas que no invocarán, sí es
que no actuamos antes, a nivel teórico y responsable, un consabido derecho a la
resistencia y a la revolución, derecho a la desobediencia civil. Sí no actuamos
antes, quiénes tuvimos la posibilidad de alimentarnos y leer, las masas,
adquirirán cierta uniformidad de criterios de rechazar cualquier tipo de
sistema. En términos claros, sobrevendrán no sólo sobre las instituciones, sino
sobre todo tipo de hogar o lugar, en donde esté garantizado lo que a ellos se
les viene birlando en nombre de la democracia.
Con
todas las ganas de estar equivocados, creemos tener una última oportunidad,
constituir un último bastión, para que los libros y los papeles no se nos sean
quemados, producto de generaciones enteras que vienen haciendo todo lo
contrario que dicen pregonar en relación a los caros y sacrosantos principios
democráticos.
Las libertades políticas y en concreto, la
libertad de expresión política pueden resultar contraproducentes sí, realmente,
incluyen el derecho a la expresión subversiva, es decir, el derecho a la
resistencia y a la revolución, el derecho a la desobediencia civil. Este es un
tema que siempre ha puesto en difícil aprieto a todos los teóricos de los
gobiernos representativos y legítimos.
"El derecho de sedición debe ser
respetado, salvo en el caso de peligro claro y presente, el cuál obligaría a
restringir las libertades políticas" J.Rawls.
El
bien jurídico mayor de cualquier ciudadano ante un derecho colectivo es que le
sea garantizado una vida en democracia, y cuando esto no ocurre, el mismo
ciudadano debe agotar las instancias para llevar adelante este reclamo en todas
las sedes y ante todas las instancias judiciales. No podrían objetarse ante
esto, cuestiones metodológicas o de fueros, la justicia en cuanto tal, debe
preservar y hacer cumplir el precepto democrático por antonomasia que el único
soberano es el pueblo, pero la traducibilidad de esto, debe manifestarse
mediante un cambio de lo democrático, tal vez redefiniéndolo o disolviéndolo en
sus partes más oscuras, lo más democráticamente posible, sería que quiénes
pretenden vivir bajo sociedades más democráticas, planteen en sus parlamentos o
asambleas, mediante diputados, legisladores o ciudadanía común, proyectos que
cambien el eje de las democracias, y que no sólo sea semántica, de lo contrario
y tal como lo venimos observando, más temprano que tarde, se impondrá de hecho
y no seguramente en forma pacífica o armoniosa, el cambio, nodal, radical y
substancial, tan necesario e indispensable.
Esto
mismo se podría lograr bajo elección, tal es la razón fundante de las reformas
que proponen los regímenes semidirectos (que mediante consulta popular, permitieron
el Brexit) los plebiscitos por autonomías (Cataluña, Escocia) o la reciente
elección en Turquía, que cambio de sistema de gobierno (de parlamentarismo a un
presidencialismo) por un plebiscito, o por un resultado electoral.
“El
simple hecho de que haya elecciones no basta para que estas sean competitivas. Piénsese
en todos los instrumentos de que disponen los que están en el poder…Las reglas
afectan a los resultados. Incluso pequeños detalles como la forma y el color de
las boletas, la ubicación de los lugares de votación, la fecha en que tiene
lugar puede afectar el resultado. Por lo tanto, las elecciones, inevitablemente
son manipuladas…Hay algunas voces que afirman que en la actualidad estamos
asistiendo al surgimiento de un fenómeno cualitativamente nuevo, “El
autoritarismo electoral”…El hombre de poder en ejercicio no es necesariamente
la misma persona: puede ser un miembro del mismo partido o un sucesor designado
de alguna otra manera…” (Przeworski, A. “Qué
esperar de la democracia”. Siglo veintiuno editores. Buenos Aires. 2016).
“¿Qué
son exactamente los autoritarismos electorales? La respuesta pasa por señalar
que no son -bajo ningún concepto- sistemas democráticos, aunque permitan a
veces un juego multipartidista en elecciones regulares para la designación de
los cargos ejecutivos y legislativos. No lo son porque se trata de regímenes
que quebrantan los principios de libertad y de transparencia, y que convierten
las elecciones en instrumentos de consolidación del poder. Sin embargo, debido
a su extraña mezcla de instituciones formalmente democráticas con prácticas
autoritarias, estos regímenes no calzan en las categorías tradicionales.
Además, estos sistemas suelen presentar un entramado institucional parecido al
de las democracias representativas, si bien ninguna de sus instituciones ejerce
funciones garantistas ni de contrapeso al poder establecido. Así, en el marco
de esta estéril institucionalidad, el único (y principal) sitio de contestación
es el de la arena electoral y, por eso, la celebración de elecciones es muy
importante. Las elecciones, en este entramado, se convierten en algo más que en
un ritual de aclamación, ya que forman parte sustancial del juego político. Por
ello, los momentos electorales están cargados de conflicto y tensión, ya que
las autoridades quieren seguir manteniendo el control de las instituciones y
los opositores quieren arrebatárselo. Es en este marco en el que se produce una
dura pelea, donde quienes detentan el poder pretenden controlar la
administración electoral y el conteo de los votos, así como limitar los
espacios de los partidos opositores y manipular los medios de comunicación… Es
en este momento, el de las elecciones, cuando los autoritarismos electorales se
juegan su destino, ya que, en función de la capacidad de la oposición de
presionar, movilizar y sumar nuevos aliados, se puede impulsar una agenda
democratizadora. (Martí Puig, S. http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/autoritarismo-electoral-1304201)
“En
la actualidad, para juzgar el desarrollo de la democracia en un país
determinado, la pregunta que hay que hacer no es ¿quién vota? Sino ¿sobre qué
asuntos se puede votar?” (Bobbio, The future of democracy. 1989. P. 157.)
Como
usted bien sabrá estimado lector, lo único de más que posee la presente pluma
son palabras, pero a modo incluso de abonar la argumentación de este propio
artículo, y como testimonio real de la posible existencia del autoritarismo
electoral en el que nos encontraríamos subyugados, a modo de preservar la
integridad de estas palabras condenadas a la censura por el régimen que se
pretende perpetrar en el poder, mediante el viciado y perverso juego, de una
aclamatoria de mayorías, solamente dejaremos a las citas textuales que planteen
los escenarios de autoritarismo electoral citados.
Solamente
nos corresponde hacer la pregunta, como duda, como inquietud, no como inquina,
provocación o denuncia. El escarnio, la censura y la segregación, cultural,
social y económica del que somos objeto por parte de quiénes se erigen en
autoridad, por la ratificatoria de mayorías,
que dan en llamar democracia, no es más que un mínimo costo, nimio e
imperceptible, que cada cierto tiempo se le exige a la humanidad, para ver sí
es merecedora de contar con la posibilidad de ejercer su raciocinio y vivir en
libertad.
“En
la extraña combinación de ficción política y realidad, tanto los pocos que
gobiernan como los muchos gobernados pueden verse limitados-podríamos decir
incluso reconformados- por las ficciones de las que depende su autoridad”
(Morgan, E. Inventing the people. Nueva York. 1988).
La
autoridad se funda en la razón, de la que nos hubiera gustado prescindir, para
siquiera hacernos la pregunta que lleva como título el presente artículo. Ojala
que usted tenga una respuesta y sepa qué hacer con ella.
Sí
no estamos de acuerdo con nuestros sistemas de organización que mejor que el
día de mañana ponerlo en juego para ver si nos salimos del mismo, si lo
abolimos. Bueno, esto que era una idea, un ejercicio teórico, ya está ocurriendo,
en nuestras democracias occidentales, sí, mediante votación de los ciudadanos.
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